miércoles, enero 16, 2008

Capítulo VIII: Completito

Había llegado el viernes y se notó en la adrenalina de Gastón durante todo el día. Sabía que esa noche debería encontrarse con Consuelo. ¿Iría ella? Aún más importante ¿iría él? Había estado toda la semana pensando en esa mujer (excepto mientras escribía la carta); y ahora que había llegado el momento de la verdad no estaba seguro de atreverse a ir. Además, seguramente ella no se acordaría.




¿Iría él? Se levantó con esa duda en la mente? ¿Se acordaría él de la cita? No, seguramente no, pensaba ella (es notable cómo dos personas pueden pensar exactamente lo mismo pero con roles invertidos).
Ella estaba decidida a ir aunque más no fuera para sacárselo de la cabeza. Aunque no fuera sino sólo un desengaño.




-“¡Hola, Zorba!” dos días seguidos de llamadas matinales eran razón suficiente para arrancar mi furia pero por esta vez, y sabiendo la posibilidad que Gastón olvidara definitivamente a Constanza, sopesé mi cólera.
-“¿Qué hacés, Gastón?” por suerte me había ido bien en mi reunión del día anterior, por eso no me molesté demasiado.
-“Esta noche tendría que ir al bar a verme con Consuelo?”
-“¿Tendrías?” comenzaba a enterarme de sus dudas-“¿Por qué usás un condicional?
-“Porque no estoy seguro, ella no creo que vaya, y si voy yo y ella llega a ir, seguro que me trabo y empiezo a balbucear cualquier cosa”- lo dijo casi extremadamente rápido.
-“Ajá. Como ahora” -suele ser necesario que haga esa clase de comentarios porque sólo de esa manera Gastón entra en razones.
-“Además, ¿qué te hacés la víctima? Si siempre te fue bien con las mujeres.
-“Sí, lo que sea” era común que me contestara como si no me oyera lo que yo le decía, y siguiera hablando como si nada “pero Consuelo me apabulló de entrada”.
-“Mejor, ya no corrés riesgos entonces de sorprenderla negativamente con tu oratoria” trataba de infundirle ánimo.
-“¿Y cómo voy vestido? ¿Medio formal? ¿o así nomás?
-“¿Qué sé yo? Mirá lo que me preguntás. Si se juntan en el bar podés ir así nomás, bah, digo, normal, pero acordate que antes tenés que pasar por lo de Marcela y es fiesta, y después capaz que se vayan a algún lado” no quise dar una opinión sino solamente ayudarlo a que él solo decidiera.
-“Sí, tenés razón. Tendría que ir bien vestido”.
-“Eso es, de paso tratá de deslumbrarla con tus mejores telas”.
-“Dejá de decir boludeces”.
-“¿Qué sé yo? Andá cómodo” ya me tenía harto con las preguntas sobre vestuario.
-“¿Qué le compro a Marcela?” cambió el tema, y dio un giro novedoso ya que no me esperaba que se acordara de ella.
-“Algo lindo” lo dije con convicción y suficiencia pese a haber dicho una tontería.
-“¿Como qué?” insistió.
-“No sé, un oso gigante, un perfume, un reloj” no podía sino recomendarle un cliché porque son realmente efectivos.
-“¿Vos decís? ¿No es muy común?” inmediatamente desestimó la idea de un regalo tan estereotipado.
-“Y, algo que signifique que le tenés cariño”- no sabía qué decir pero si lo dejaba elegir a Gastón, terminaría siendo una batidora a una repisa o algo peor; no es una persona idónea para elegir regalos.
-“¿Como qué?”
-“¿Qué le gusta?”
-“Le encanta la música tipo fogón, y toca la guitarra, incluso”.
-“Y bueno, regalale algo de ese estilo”
-“Sí tenés razón, me parece bárbaro”- hizo una pausa bastante larga y luego preguntó:
-“¿Llego a las once en punto o un rato antes o después?”.
-“No, después no, seguro, yo diría cinco minutos antes, no más, porque te vas a poner a pensar en cualquier cosa y sos un peligro”.
Él asintió del otro lado de la línea.
-“Espero que vaya”- dije al fin.
-“Sí, la verdad” hizo otra pausa- “acordate de ir ¿no?”
-“Sí, no te preocupes, decime nada más bien dónde queda el bar”
Él me explicó la ubicación del punto de encuentro… del encuentro incierto.



Gastón se decidió finalmente por el tradicional color negro, desde sus zapatos hasta su camisa, todo uniforme; lo único que era de diferente color era la hebilla del cinto y su billetera.
Pasó primero por la casa de Marcela, alrededor de las nueve. Ella recién estaba haciendo algunos preparativos, así que no se había alistado, pero le dio mucho gusto que llegara temprano.
Él, siguiendo mi consejo, antes que nada se disculpó:
-“Mirá, Marce, la verdad vengo ahora porque se me complica más tarde, pero no podía dejar de venir”.- Excelente performance, muy convincente, Marcela no iba a quejarse. Menos aún porque en ese instante Gastón le mostró la caja con el regalo y se la entregó y le dio un fuerte abrazo.
Cuando ella abrió el paquete, se quedó pensativa, había recibido una armónica (¿qué clase de regalo es ése?), instrumento que no sólo no sabía tocar, sino que tampoco tenía intenciones de aprender a manejarlo.
De cualquier manera, se sintió muy contenta de haber recibido el regalo y de tenerlo a él saludándola.
-“¡Gracias, me encantó! mentira piadosa. Te juro que la próxima vez que nos juntemos a tocar la guitarra vamos a usarla también.” Esta vez la mentira era innecesaria.




Miró el reloj y eran las nueve.
-“¡Milagros! ¿Qué me pongo? con un gran despliegue de indumentaria sobre la cama, con sólo la ropa interior puesta y con ambos brazos a la cintura y un gesto de enfado, pedía consejo a su hermana.
-“¡Ay, déjame ver! Ponte este vestidito”- señaló un vestido negro que bien podía utilizarse para una ocasión formal tanto como una ocasión informal (depende de los accesorios)
Además, ya era la sexta o séptima opción que manejaban.
Aparentemente esta vez contaba con la aprobación de ambas.
-“Sí, está bien usaré éste”.
Tras haber seleccionado definitivamente el vestido, una nueva lucha comenzaría a la hora de dilucidar qué zapato era el más conveniente.
Luego de 15 minutos de deliberación, la elección recayó sobre unas sandalias también negras (en efecto, ambos irían vestidos del mismo color) que hacían juego con el resto de su ropa.
Una vez finalizada la selección de la vestimenta, comenzaba el proceso de maquillaje. Nueve y cuarenta y cinco cuando inició con la base. Treinta y cinco minutos después estaba lista.
¡Realmente era una obra maestra de la naturaleza! (Bueno... no hace falta que me crean pero se la veía bien).
Siendo las diez y media, las dos hermanas estaban preparadas. Valía la pena poder admirarlas, apenas si una de ellas era bella, a su lado estaba la otra para terminar de confirmar que los cuellos sa noche iban a girar mucho y más de una cervical sonaría por ahí.




-“Che, Marce, son las diez y media, yo ya me tengo que ir, perdoname, en serio” Gastón se levantaba de la silla mientras lanzaba su entrenada disculpa.
-“No te preocupes, total viniste que es lo que importa”
Lo acompañó a la puerta.
Gastón, a la primera oportunidad, detuvo un taxi y se dirigió al bar.






Noté que el reloj decía diez y cuarenta y nueve, y sólo me faltaba cerrar las puertas en mi casa. Todavía no entendía por qué iba yo a ese bar, y tampoco me emocionaba demasiado la idea.
Seguramente porque aún no conocía ni a Consuelo ni a Milagros, y tendía a sopesar los comentarios de Gastón, por parecerme exageraciones.
El bar quedaba cerca de casa, así que en unos diez o quince minutos llegaría: lo bueno es que yo no debía ser puntual; supuestamente tenía pensado llegar a las once y cuarto.
Mis cálculos no fueron demasiado buenos, porque siendo las once y tres de la noche estaba doblando la esquina antes de llegar al bar, y un minuto más tarde, entré local.
Ése fue el momento en que me di cuenta de que no había ninguna clase de exageración de parte de Gastón, sino más bien todo lo contrario.
Entonces la vi y quedé instantáneamente petrificado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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