domingo, septiembre 23, 2007

Capítulo III: Completito

-“Hola, quién es?”
- “Hola, soy yo, Gastón” No me saludó en un tono muy alegre, entonces me di cuenta de que algún asunto se traía entre manos.
- “¿Qué pasa, Gastón; mujeres?” Pregunté sabiendo la respuesta; al tipo lo conozco muy bien, pero me hacía falta el pie para que empezara sin rodeos.
- “Sí, precisamente eso, Mujeres”
- “¿Mujeres, no mujer?” Noté que enfatizó mucho el plural así que pregunté si no era una sola.
-“Sí, dos para ser exacto” Hablaba en forma rara como si él aún no cayera lo que había pasado, claro que yo todavía no lo sabía.
-“Estaba escribiendo una carta para Constanza, ¿no? y en eso vi que una mujer me miraba, pero no te das una idea cómo” Apurado decía, como si recibiera de nuevo el influjo de esos ojos verdes que lo habían abrumado hacía tan sólo dos charlas.
-“Ajá, ¿cómo? No hacía falta que le preguntara, si total Gastón me iba a contar, pero sentí la obligación de interrumpirlo para que pudiera respirar antes de continuar la historia.
-“No sé, como magia, me fascinó, tuve que tirar como cinco hojas porque no me podía concentrar y escribía cualquier cosa”
-“¿Y qué escribiste al final?”.
-“Se me mojó la carta, solamente me acuerdo cómo la empecé”.
-“¿Sí, cómo? cada vez que hablaba con Gastón tenía que preguntarle un par de veces cosas así porque siempre habla medio raro y además se frena en el medio de las frases e intercedo con esa clase de preguntas como para darle fuerza a que termine.
-“Te quiero tanto que es casi patológico”. Dijo.


-“Yo siempre dije eso, estás muy loco y Constanza te tiene peor, además tenés que darte cuenta de una buena vez que ella está con ese tal Joaquín, viejo”
Me sonó muy cursi como empezaba la carta, pero claro, no dije nada, él siempre tuvo más suerte (o quizás talento) con las mujeres, así que no me iba a poner a discutirle como conquistar a alguien.
-“Sí, puede ser” No sonó convincente.
-“Che, Gastón ¿estás por la zona?.
-“Sí”.
-“Venite, yo voy poniendo el agua para el mate, así me contás bien” No podía dejar que se le pasara esa sensación de tener esos ojos sobre sí.
-“Bueno, ahí voy, chau, Zorba”.
Sí, mi nombre es Zorba, de ahí proviene el gran conflicto en mi relación con mis padres y todo porque vieron esa maldita película tantas veces.
“Es que es un películón” siempre me dijeron mis dos locos progenitores. Yo al menos agradezco que no hayan sido fanáticos de algo peor, como Tootsie y me llamaran así.
Pese a todo, ya hace años me hice cargo de mi nombre y cuando presento digo orgulloso: “Hola, me llamó Zorba, mucho gusto, cómo estás, bla bla”.
Claro, ya me acostumbré, aunque mi nombre completo aún no me ha llegado a dar demasiada satisfacción. A título de confidencia, me llamo Zorba Eugenio Magariños, a su servicio.
Puse el agua y la saqué del fuego antes del hervor (como corresponde) y me crucé a comprar unas facturas para picar con el mate mientras charlamos con Gastón.
Lo bueno de mi barrio es que cualquier ventana se abre y de repente, como de la nada, aparece un quiosco o un almacén; y justamente hay uno frente a mi casa.




Sonó el timbre y fui a abrir la puerta.
-“Hola, Zorba, ¿Qué hacés?”
- “Pasá viejo, todo bien, pasá derecho a la cocina, que ahí puse unas facturitas y y el mate, así charlamos”.
Siempre nos peleamos con Gastón porque el toma mate dulce (¡Sacrílego! Eso no se hace) pero bueno, saqué el otro, no el de madera, lindo, que uso siempre, sino uno que me trajeron de unas vacaciones por las sierras, de esos artesanales, porque al mío ni le amago con el azúcar.
-“Contame”.
-“Estaba escribiendo la carta a Constanza ¿no? Y yo veía que esta mujer me miraba, yo levantaba la vista y ahí estaba, casi me hipnotizó”
Siempre solía exagerar sobre las mujeres porque era muy poético hacerlo, así que yo trataba de medir lo que decía. Después me di cuenta de que no sólo no exageró sino que se quedó corto.
-“Después de un rato”- siguió- “que no me podía concentrar, volví a levantar la vista y ahí estaba ella, así que agarré el vaso, le sonreí, la saludé con el vaso e incliné la cabeza… entonces se levantó y vino hacia mí”
-“Vos sabés que todos los tipos te odian por esa extraña habilidad tuya de conseguir que las mujeres vengan a vos”.
Me miró como sin escucharme y dejando de lado mi comentario siguió hablando como si nada.
-“Me preguntó si me molestaba y yo OBVIAMENTE -enfatizó el obviamente como si no supiera que obviamente si una mujer se quiere sentar con uno, no molesta- “le dije que no, que se sentara”.


-“¿Así que era linda?”
-“¿Linda? Linda no empieza describirla, imagínate lo más hermoso que se te ocurra, después cuando la veas, vas a pensar lo poco imaginativo que sos”.
-“Entonces muy hermosa, dale”.Yo trataba de sopesar sus comentarios, pero claro, yo todavía no conocía a la misteriosa mujer.
-“Para colmo”- tomó una pausa, sabiendo que me iba a impresionar- “tiene tonada española”.
-“¡No!” Cada vez me interesaba más “¿En serio?”
-“Sí, y cada frase que decía me dejaba deshecho, un poco por cómo pronunciaba y otro poco por cómo decía las cosas” Tomó aire, casi como un suspiro “era muy decidida, segura, implacable, impecable, impredecible… intrigante”
Yo la quería conocer inmediatamente.
-“Se llama Consuelo” -siguió- “y se fue así nomás, cuando yo salí no la encontré, y después al rato, mientras llovía me la crucé en un porchecito, y hablamos hasta que paró la lluvia”
-“¿Cómo podés tener tanta suerte de volverla a encontrar?”
-“No sé, pero quedamos en vernos esta semana. ¿Qué hago?”
“Y andá, por supuesto” No pude decir eso con más convicción sólo porque sería imposible.
-“¿Y Constanza?”
-“Sale con otro, Joaquín, ¿te acordás?” por fin estaba la posibilidad de una mujer que le sacara a Constanza de la cabeza, no podía dejar pasar la oportunidad.
-”Sí, pero le estaba escribiendo la carta ésa y qué sé yo…”
Había que actuar rápido.


-“¿Sabés qué? Terminá de escribirla y fíjate qué pasa con Consuelo, si no funciona, yo mismo llevo la carta al correo, toco la guitarra en la serenata y voy a la florería a hacer el encargo para que conquistes a Constanza”. La propuesta estaba hecha, así que esperé la reacción de Gastón.
-“¿Sabés qué, Zorba? Tenés razón”.
Por fin iba a tratar de olvidar a SU amor como él solía decirle.

viernes, septiembre 07, 2007

Capítulo II: 3º Parte

-“¿Y con la carta, qué harás?”
-“Realmente no sé”
-“¿Al menos la has terminado?” Preguntó Consuelo, mirándolo de reojo y examinándolo a la vez.
-“No, se me mojó con la lluvia, y sólo me acuerdo tres o cuatro frases del principio de la carta”.
-“¿Aún la amas?” Preguntó, y quizás no importaba su fuerza ni la capacidad de intimidación que poseía y que la había colocado en ventaja desde el primer momento.


-“¿A quién? ¿A Constanza? Qué sé yo, tal vez sea la necesidad de amar a alguien y ella viene a ser como un placebo para no sentirme ajeno” hizo una pausa “Muerto”
-“¿Y duele?”
-“¿Amarla? Amar duele por sí solo, ya tú lo has dicho, lo que pasa es que se hace más divertido cuando también te aman. ¿Que no me ame? Por lo menos me tiene ocupado escribiendo. Aunque sí, seguramente duele, pero, una vez más, es amor”.
Consuelo sólo asintió.
Gastón hizo una pausa y le señaló el muro del frente que tenía un graffiti.
-“Ésa es una de mis frases favoritas, la leí una vez y quise escribirla en una pared para compartirla”
Consuelo buscó entre todas las frases de apoyo a los clubes y las propagandas políticas, hasta que la encontró: “Sólo el que no ama está exento de dolor, pero quien a nadie ama, está MUERTO”.
La repitió en voz alta.
-“¿Entonces te aferras a ella como a tu propia vida?”
-“Te repito que no lo sé, sólo que necesito a alguien a quien amar, y por el momento, Constanza cumple ese papel…no sé si me aferro a ella o a lo que ella significa… me rehúso a no amar, simplemente eso”.
-“Ha amainado, yo debo volver a mi departamento, adiós”
-“Esperá, no te me escapés dos veces tan rápido y en tan poco tiempo, ¿nos veremos alguna vez?”
-“El viernes a las once de la noche estoy libre ¿mismo bar?”
-´”No te olvidés, yo voy seguro”.
Consuelo se alejó un par de pasos, volvió, le dio un beso en la mejilla y se fue. Él sólo atinó a fruncir el entrecejo.


Y después simplemente se fue.
En esas dos charlas que tuvieron, buscó descubrirle un defecto para no quedarse todo el tiempo pensando en ella, y no lo pudo encontrar. Como no pudo hallarle defectos, se dedicó a buscar su punto débil, y una vez más no fue capaz de lograrlo.
Siguió caminando un poco más, pateando una lata de gaseosa vacía, y con el traje mojado.
De repente, como si de la nada, dijo en voz alta: “Te quiero tanto que casi es patológico”.
Sacudió la cabeza para entender de dónde había venido el pensamiento y siguió andando.
Esta vez, la frase adquirió sentido, probablemente fuera patológico. Le acechó la idea de estar loco.
Pasó frente a una cabina de teléfono, la miró y siguió caminando cinco o seis pasos, después sacó su teléfono celular y discó mi número. Claro, soy el mejor amigo de Gastón (y viceversa, eh) y cuando alguno de los dos se pone medio loco, en vez de pagarle a un psicólogo, nos torturamos mutuamente contándonos nuestros problemas.
Ahí es cuando yo empiezo a formar parte de esta historia.