domingo, abril 13, 2008

Capítulo IX: Completo

El auto frenó frente a la casa en que Constanza vivía, en que su familia vivía, en realidad.
Joaquín era un caballero, así que en lugar de hacer sonar la bocina para que ella saliera, como habría hecho yo, se bajó y tocó el timbre.

El Doctor Cepeda (Mario Cepeda si no me equivoco), padre de Constanza, juez y además profesor universitario, fue quien abrió la puerta e invitó a pasar a Joaquín.

-“Hola, Joaquín, pasá, Constanza todavía no está lista, me pidió que te abriera”.

-“Buenas noches, ¿cómo le va?” Esta vez estaba más nervioso que de costumbre al saludarlo, y el doctor lo notó (me referiré a él como el doctor, porque no tengo confianza suficiente como para decirle Mario), al apretar su mano que estaba temblorosa.

-“¿Estás nervioso por algo?”- preguntó. Pese a ser muy accesible y jovial, su aspecto solemne hacía que uno le tuviera mucho respecto (pese a ser juez).

-“Realmente sí” respondió escuetamente.

-“¿Querés tomar algo y contarme? ¿un café?" - era muy amable al invitarlo.

-“El café se lo acepto, pero me temo que va a tener que esperar un poco antes de que le cuente. Esta noche no se lo puedo decir” terminó de decirlo, y miró al doctor a los ojos para ver su reacción.

Él, simple y apaciblemente, respondió:
-“Muy bien, así será entonces”.





Empezaba a llegar gente a la casa de Marcela para la fiesta, y cerca de las once, fue Lucila quien tocó el timbre, y cuando entró saludó con un fuerte abrazo a Marcela y prácticamente le gritó el feliz cumpleaños y le dio el regalo.


-“¡Hola Marce! ¡Feliz cumple!”

-“Ay, gracias Lu”- y quedaron abrazadas unos diez segundos. Uno de esos típicos abrazos de amigas cuando una cumple años y se mueven para los dados como balanceándose mientras refunfuñan sonidos ininteligibles. Esa clase de abrazos infaltables en las fiestas, como soplar las velitas.

-“Che, Lu”- dijo Marcela- tengo un chico para presentarte, Luis, está fuerte, eh, vení”, la llevó de la mano.

-“Luis ¡Luis! ¡Vení!”- Luis se dio vuelta y no es por una cuestión personal, pero no era gran cosa: era uno de esos tipos que se la pasan en el gimnasio, y además transpiraba mucho.

-“Ésta es Lucila; Luis, Lucila” e hizo los ademanes correspondientes señalándolos al presentarlos.

-“Hola, ¿cómo te va?” dijo ella

-“ Bien, ¿vos? Al tipo éste le había gustado la chica que le presentaron. Por suerte no fue mutuo.

Cinco minutos estuvo conversando con Luis y luego buscó una excusa y se fue a hablar con Marcela.
-“¡Marce, Marce! ¡cómo me vas a presentar al flaco ése?, es un boludo”- (como yo decía ¿Vieron…?)

-“Ay, dejate de joder”, contestó de mala gana “es lindo”.

-“Vos sabés que me gusta otro”.

-“Sí, ya sé, pero no hay forma”.

-“¿Por?”

-“No, Zorba no es para vos” claro que yo en ese momento no sabía que le gustaba a Lucila, si no…

-“Pero ¿por qué?”

-“ Porque no, ¿acaso te dijo algo?”

- “No, todavía no”.

-“Mirá, primero Zorba es medio quedado, y segundo, vos sos la hermana menor del mejor amigo sos prohibida” tenía razón en todo; siempre es bueno admitirlo: soy quedado y ella es la hermana menor de mi mejor amigo, es prohibida.

-“Sí pero me gusta, qué sé yo, además conmigo no es artificial lo he visto en sus peores momentos, y aun así me gusta” (reitero que no sabía todo esto, tampoco soy tan quedado ni ella es tan prohibida).

-“Sí, pero no es para vos; y de última, si tanto te gusta, decile algo vos; él jamás te va a encarar, no puede. Debe haber una especie de acuerdo tácito con Gastón que le impide atacarte, probablemente si sos vos la que ataca, al acuerdo no lo contemple” Esa chica era muy sabia o sabía de nosotros, total, somos todos iguales.

-“¡No, yo no lo puedo encarar! (¿por qué no?)

-“Entonces, ni pensés que vaya a pasar algo” sentenció Marcela.






Constanza bajó la escalera de su pieza y saludó con un beso a Joaquín.

-“¿Vamos?” preguntó.

-“Bueno, permiso” saludó al doctor.

-“Hasta luego, Joaquín”.

Ella le dio un beso en la frente y siguió a Joaquín a la puerta. Se puso a su lado de un saltito y le agarró el brazo.

-¿Adónde vamos?”

-“Al restaurante que fuimos el otro día ¿te acordás?”

-“Sí, dale me encantan las ranas que hacen”.





El doctor Cepeda estaba realmente orgulloso de Constanza, en realidad de sus tres hijas, solamente que ella le hacía acordar de su esposa que había muerto diez o doce años antes. Aparentemente era una historia triste de amor la de ese matrimonio, pero probablemente la muerte temprana de la señora Cepeda hiciera que la historia de amor siguiera siendo de amor, ya que se fue en un momento en que ambos aún se amaban. Y Constanza le hacía recordar tanto a su mujer…




Joaquín le abrió la puerta del coche a Constanza (el tipo era muy caballeroso) y en ese momento, como por arte de magia y no se sabe de dónde, como si fuera un as bajo la manga le ofreció una rosa roja; no cualquier rosa roja sino una muy hermosa.

-“Ay Acki, gracias” dijo ella y le dio un beso, de esos besos en que ellas te agarran la camisa y se ponen en puntas de pie… y cierran los ojos, y hacen un ruidito como “mmmh”. Un beso con amor.





Habían terminado de comer la entrada e iban por el plato principal y él dijo:

-“Mirá, quiero habla con vos”

-“¿Bueno o malo?”- preguntó ella.

-“Depende, no sé cómo vas a reaccionar” -Iba preparando el terreno.

-“¿A qué?”- lo miró impacientemente, y con una mirada que lo demostraba sin dudas.
Hurgó en sus bolsillos (quería que fuera romántico, como en una película).

-“No hay nada que quiera más que estar con vos…” la miraba los ojos, ella se dio cuenta de que era algo serio.

-“ Nada que me motive más que tu sonrisa…”- ella se estaba empezando a emocionar.

-“nada que me erice tanto como tu piel…” le tomó las manos pero en ningún momento apartó sus ojos de los de ella.

-“nada que me conforte tanto como tu abrazo…” ya caía la primera lágrima por su mejilla.

-“ nada que me ilumine tanto como tu presencia…” Constanza se mordía el labio.

-“nada que me haga tan feliz como que aceptes ser mi esposa” y le mostró un hermoso anillo. Lo quería hacer como en una película y así fue.

Ella sólo lloraba y no respondía nada, se puso el puño sobre la boca y respiró hondo con los ojos cerrados, luego giró su mano para que fuera la palma la que tapara esta vez su boca, respiró hondo nuevamente, y abrió los ojos levantando la mirada.
El llanto se tornó incontenible, estaba muy emocionada.
Simplemente lo besó.

-“¿Cómo haces para a ser tan dulce? “ preguntó.

-“Solamente trato de ser y hacer lo que te merecés dentro de mis limitadas posibilidades” respondió certeramente.

-“Habrá que pensar la lista de invitados...”

-“Voy a tomar eso como un sí” dijo Joaquín.

-“Hacés bien”.

-“¿Querés que vayamos a contarle a tu papá? preguntó él.

“Mañana, mañana, ahora no… Esta noche te quiero apapachar”.
(Nunca supe qué clase de palabra era ésa, pero ella solía inventar todo tipo de palabras y sobrenombres así que decidí no buscarla en ningún diccionario).
Joaquín sonrió.

-“¿De postre se van a servir algo?” preguntó el mozo.

-“Sí” respondió él “pero antes tráigamos una botella de champagne, que tenemos un motivo para brindar”.

-“A su orden” y se fue.

Joaquín se disculpó para ir al baño, y en el camino de vuelta a la mesa, y sin que Constanza lo viera, se acercó al pianista y le pidió una canción.

-“Ya volví” dijo, y le dio un beso.

-“Esta próxima canción es para Constanza Cepeda, de su futuro marido, Joaquín”- y comenzó a tocar.
El maître se acercó y le alcanzó un micrófono a Joaquín para que cantara. Aparentemente tenía pensado que esa noche fuera de sorpresas y romanticismo.
Fue realmente una revelación escucharlo, no sabía que cantara tan bien.
Aunque, en rigor de verdad, por muy mal que pudiera llegar a hacerlo, Constanza lo miraba embelesada y todas las demás señoras presentes codeaban a sus respectivos maridos, reclamando alguna vez un gesto así.
Joaquín cantó acompañado por el pianista:

-“Me gusta, me apetece y me provoca,
todo lo que me hace pensar en ti…”
Ella le tiró un beso y siguió escuchando la canción.

miércoles, enero 16, 2008

Capítulo VIII: Completito

Había llegado el viernes y se notó en la adrenalina de Gastón durante todo el día. Sabía que esa noche debería encontrarse con Consuelo. ¿Iría ella? Aún más importante ¿iría él? Había estado toda la semana pensando en esa mujer (excepto mientras escribía la carta); y ahora que había llegado el momento de la verdad no estaba seguro de atreverse a ir. Además, seguramente ella no se acordaría.




¿Iría él? Se levantó con esa duda en la mente? ¿Se acordaría él de la cita? No, seguramente no, pensaba ella (es notable cómo dos personas pueden pensar exactamente lo mismo pero con roles invertidos).
Ella estaba decidida a ir aunque más no fuera para sacárselo de la cabeza. Aunque no fuera sino sólo un desengaño.




-“¡Hola, Zorba!” dos días seguidos de llamadas matinales eran razón suficiente para arrancar mi furia pero por esta vez, y sabiendo la posibilidad que Gastón olvidara definitivamente a Constanza, sopesé mi cólera.
-“¿Qué hacés, Gastón?” por suerte me había ido bien en mi reunión del día anterior, por eso no me molesté demasiado.
-“Esta noche tendría que ir al bar a verme con Consuelo?”
-“¿Tendrías?” comenzaba a enterarme de sus dudas-“¿Por qué usás un condicional?
-“Porque no estoy seguro, ella no creo que vaya, y si voy yo y ella llega a ir, seguro que me trabo y empiezo a balbucear cualquier cosa”- lo dijo casi extremadamente rápido.
-“Ajá. Como ahora” -suele ser necesario que haga esa clase de comentarios porque sólo de esa manera Gastón entra en razones.
-“Además, ¿qué te hacés la víctima? Si siempre te fue bien con las mujeres.
-“Sí, lo que sea” era común que me contestara como si no me oyera lo que yo le decía, y siguiera hablando como si nada “pero Consuelo me apabulló de entrada”.
-“Mejor, ya no corrés riesgos entonces de sorprenderla negativamente con tu oratoria” trataba de infundirle ánimo.
-“¿Y cómo voy vestido? ¿Medio formal? ¿o así nomás?
-“¿Qué sé yo? Mirá lo que me preguntás. Si se juntan en el bar podés ir así nomás, bah, digo, normal, pero acordate que antes tenés que pasar por lo de Marcela y es fiesta, y después capaz que se vayan a algún lado” no quise dar una opinión sino solamente ayudarlo a que él solo decidiera.
-“Sí, tenés razón. Tendría que ir bien vestido”.
-“Eso es, de paso tratá de deslumbrarla con tus mejores telas”.
-“Dejá de decir boludeces”.
-“¿Qué sé yo? Andá cómodo” ya me tenía harto con las preguntas sobre vestuario.
-“¿Qué le compro a Marcela?” cambió el tema, y dio un giro novedoso ya que no me esperaba que se acordara de ella.
-“Algo lindo” lo dije con convicción y suficiencia pese a haber dicho una tontería.
-“¿Como qué?” insistió.
-“No sé, un oso gigante, un perfume, un reloj” no podía sino recomendarle un cliché porque son realmente efectivos.
-“¿Vos decís? ¿No es muy común?” inmediatamente desestimó la idea de un regalo tan estereotipado.
-“Y, algo que signifique que le tenés cariño”- no sabía qué decir pero si lo dejaba elegir a Gastón, terminaría siendo una batidora a una repisa o algo peor; no es una persona idónea para elegir regalos.
-“¿Como qué?”
-“¿Qué le gusta?”
-“Le encanta la música tipo fogón, y toca la guitarra, incluso”.
-“Y bueno, regalale algo de ese estilo”
-“Sí tenés razón, me parece bárbaro”- hizo una pausa bastante larga y luego preguntó:
-“¿Llego a las once en punto o un rato antes o después?”.
-“No, después no, seguro, yo diría cinco minutos antes, no más, porque te vas a poner a pensar en cualquier cosa y sos un peligro”.
Él asintió del otro lado de la línea.
-“Espero que vaya”- dije al fin.
-“Sí, la verdad” hizo otra pausa- “acordate de ir ¿no?”
-“Sí, no te preocupes, decime nada más bien dónde queda el bar”
Él me explicó la ubicación del punto de encuentro… del encuentro incierto.



Gastón se decidió finalmente por el tradicional color negro, desde sus zapatos hasta su camisa, todo uniforme; lo único que era de diferente color era la hebilla del cinto y su billetera.
Pasó primero por la casa de Marcela, alrededor de las nueve. Ella recién estaba haciendo algunos preparativos, así que no se había alistado, pero le dio mucho gusto que llegara temprano.
Él, siguiendo mi consejo, antes que nada se disculpó:
-“Mirá, Marce, la verdad vengo ahora porque se me complica más tarde, pero no podía dejar de venir”.- Excelente performance, muy convincente, Marcela no iba a quejarse. Menos aún porque en ese instante Gastón le mostró la caja con el regalo y se la entregó y le dio un fuerte abrazo.
Cuando ella abrió el paquete, se quedó pensativa, había recibido una armónica (¿qué clase de regalo es ése?), instrumento que no sólo no sabía tocar, sino que tampoco tenía intenciones de aprender a manejarlo.
De cualquier manera, se sintió muy contenta de haber recibido el regalo y de tenerlo a él saludándola.
-“¡Gracias, me encantó! mentira piadosa. Te juro que la próxima vez que nos juntemos a tocar la guitarra vamos a usarla también.” Esta vez la mentira era innecesaria.




Miró el reloj y eran las nueve.
-“¡Milagros! ¿Qué me pongo? con un gran despliegue de indumentaria sobre la cama, con sólo la ropa interior puesta y con ambos brazos a la cintura y un gesto de enfado, pedía consejo a su hermana.
-“¡Ay, déjame ver! Ponte este vestidito”- señaló un vestido negro que bien podía utilizarse para una ocasión formal tanto como una ocasión informal (depende de los accesorios)
Además, ya era la sexta o séptima opción que manejaban.
Aparentemente esta vez contaba con la aprobación de ambas.
-“Sí, está bien usaré éste”.
Tras haber seleccionado definitivamente el vestido, una nueva lucha comenzaría a la hora de dilucidar qué zapato era el más conveniente.
Luego de 15 minutos de deliberación, la elección recayó sobre unas sandalias también negras (en efecto, ambos irían vestidos del mismo color) que hacían juego con el resto de su ropa.
Una vez finalizada la selección de la vestimenta, comenzaba el proceso de maquillaje. Nueve y cuarenta y cinco cuando inició con la base. Treinta y cinco minutos después estaba lista.
¡Realmente era una obra maestra de la naturaleza! (Bueno... no hace falta que me crean pero se la veía bien).
Siendo las diez y media, las dos hermanas estaban preparadas. Valía la pena poder admirarlas, apenas si una de ellas era bella, a su lado estaba la otra para terminar de confirmar que los cuellos sa noche iban a girar mucho y más de una cervical sonaría por ahí.




-“Che, Marce, son las diez y media, yo ya me tengo que ir, perdoname, en serio” Gastón se levantaba de la silla mientras lanzaba su entrenada disculpa.
-“No te preocupes, total viniste que es lo que importa”
Lo acompañó a la puerta.
Gastón, a la primera oportunidad, detuvo un taxi y se dirigió al bar.






Noté que el reloj decía diez y cuarenta y nueve, y sólo me faltaba cerrar las puertas en mi casa. Todavía no entendía por qué iba yo a ese bar, y tampoco me emocionaba demasiado la idea.
Seguramente porque aún no conocía ni a Consuelo ni a Milagros, y tendía a sopesar los comentarios de Gastón, por parecerme exageraciones.
El bar quedaba cerca de casa, así que en unos diez o quince minutos llegaría: lo bueno es que yo no debía ser puntual; supuestamente tenía pensado llegar a las once y cuarto.
Mis cálculos no fueron demasiado buenos, porque siendo las once y tres de la noche estaba doblando la esquina antes de llegar al bar, y un minuto más tarde, entré local.
Ése fue el momento en que me di cuenta de que no había ninguna clase de exageración de parte de Gastón, sino más bien todo lo contrario.
Entonces la vi y quedé instantáneamente petrificado.

martes, enero 01, 2008

Capítulo VII: Completo

Queridos Lectores:

Dicen que año nuevo, vida nueva... bueno, en este caso, año nuevo Capítulo nuevo, al menos.
Espero tengan un gran 2008.

Saludos, Cariños, Besos y Abrazos...

Pulpo

Ahora sí... Al Capítulo.


Joaquín y Constanza llevaban ya un año y medio., y aún no le podía hacer entender eso a Gastón. Él estuvo con una docena de mujeres luego de terminar con ella hace casi dos años, sin embargo ninguna había logrado borrarla de su mente.
Se solían ver muy de vez en cuando, pero ninguno se olvidaba fechas importantes como cumpleaños, Navidad, Año Nuevo y demás feriados pertinentes.
A mí, Constanza siempre me cayó bien, pero hay momentos en que supe odiarla por todo lo que tenía que soportar a Gastón decir una y otra vez.
Hay que ser sincero, es una mujer muy linda; pero creo que eso podría decir de casi todas las mujeres que conocí a Gastón.
Decía, es una mujer muy linda, angelical en su rostro y dulce al hablar. Debo hacerle honor ya que no es correcto considerarla villana o malvada. Para decirlo simple, una vez decidieron que lo mejor sería terminar; así lo hicieron, y seis meses después, Constanza comenzó su relación con Joaquín, con quien ha estado desde entonces. La gran diferencia con Gastón es que él aún no se ha relacionado seriamente con nadie, y como sobrevuela por su mente el recuerdo de una relación feliz, cree aún amarla. O necesita creerlo.
Joaquín es odontólogo, muy respetado, muy bueno en lo que hace, también. Proviene de una familia bien establecida económicamente, lo que lo ha ayudado a completar su carrera universitaria brillantemente con un doctorado en el exterior, en Europa, no estoy seguro en qué país, pero no importa.
Ha abierto su propio consultorio privado, muy moderno, (tanto que hasta sus revistas son nuevas) y ha estado ahorrando dinero por cuatro meses. Tenía pensado seguir dos meses más antes de continuar con su proyecto de vida, pero no pudo aguantar más.



-“¡Hola, Constanza! Amor, ¿cómo estás?” dijo Joaquín.
-“Bien, bárbaro, recién salgo de la ducha” Era cierto, estaba envuelta con una toalla, caminando por su departamento con el teléfono en su oído.
-“¡Cómo me gustaría estar ahí!” Siempre solía hacer esos comentarios, y a Constanza le encantaba a seguir su juego
-“Sí, necesitaba que me hicieras unos masajitos, pero no importa, le voy a tener que pedir al vecino de al lado” Lo decía con tanta inocencia que Joaquín no podría preocuparse ni siquiera si no fuera una broma.
-“Sí, si no seguro el kiosquero del frente está libre, puede ir él” le siguió la corriente y ambos rieron.
“Bueno en serio, te llamaba porque quiero hablar con vos”
–“¿De qué, puedo saber?” preguntó Constanza que solía ser curiosa in extremis.
-“Ya te voy a contar, cuando cenemos” hizo una pausa bastante larga, porque sabía que estaría mordiéndose para no volver a preguntar.
“¿Te parece bien que te pase a buscar a las once?”
-“Sí dale, ¿dónde vamos?” quería a toda costa saber algo de lo que estaba pasando
-“Ya vamos a ver, pero algún restaurant lindo”.
Ella refunfuñaba intentando tener alguna clase de información, pero sus esfuerzos resultarían inútiles.
-“Bueno, entonces te espero a las once” dijo, tratando de sonar enojada aunque no lo estaba.
-“Ok, amor, te veo más tarde”.
-“Chau, Acki”.



Acki era el apodo cariñoso que Constanza utilizaba con Joaquín. Ella solía ser muy graciosa, porque lo decía enfrente de todos los amigos, y lógicamente, ése era el inicio de todas las bromas relacionadas.
A Gastón lo molestamos mucho tiempo después que Constanza le diera un beso, un abrazo y le dijera “¡Cómo te quiero, Gachu” delante de todos durante un asado. Debe haber sido la única vez que vi ponerse colorado a Gastón. Probablemente por eso les hacíamos las bromas, pues si no se inmutara perderían gracia. Una cosa era que fuera una chica tierna, y otra muy distinta serlo frente a toda la barra.

-“¡Hola, Gastón!”
-“Sí, ¿quién es?” era temprano y Gastón aún no se había levantado, pero una alegre voz le hablaba desde el otro lado del teléfono.
-“Marcela, ¿cómo estás?”.
-“Ah, hola Marce, bien, bien” Estaba dormido, y sabía que debía estar muy alerta cuando hablaba con Marcela.
Marcela es una buena chica, cuyo máximo error y problemas es estar enamorada de él. Desde la adolescencia mantiene una incondicional admiración por Gastón, y aún así se ha convertido en una buena amiga sólo que con ella debe medir los comentarios.
-“Che, te llamaba para hacerte acordar que mañana a la noche está la fiesta en mi casa; a eso de las once la hacemos. Quiero creer que venís” sonó con un dejo de reproche, porque la tenía bastante olvidada y hacía mucho tiempo no la visitaba.
-“Pero seguro, ¿cómo no voy a ir?” mucho faltó para sonar convincente.
-“Bueno, te espero, un besote”.
-“Otro” se despidieron.



Casi inmediatamente el teléfono que sonó fue el de mi casa, y yo tampoco me había levantado.
-“¿Zorba?”
-“¿Mmh?” ésa fue la respuesta más clara y coherente que pude articular.
-“Mañana cumple años Marcela, estoy obligado a ir”
-“Sí ¿y?” claro, yo no veía el problema.
-“Que a las once me junto con Consuelo”- parecía preocupado.
-“¡Uy, cierto!” recién en ese momento abrí los ojos.
-“¿Qué hago?” cuando le sucedían estos desencuentros entre dos mujeres recurría a mí, no porque yo supiera cómo manejarlos por conocimiento de causa, sino porque buscaba consejo de una especie de outsider.
“Yo que vos me llego a la tarde por lo de Marcela con un regalo”
-¿Y qué le digo?“
-“Entonces la saludás, muy cariñosamente, y después le explicás que probablemente (hice hincapié en el probablemente) te sea imposible volver a la noche”.
- “Ajá” comenzaba a comprender e interesarse en mi plan.
-“Total si lo de Consuelo llega a terminar antes, aparecerás por lo de Marcela y quedás muy bien y si no, seguro que te fue bien con ella”.
-“Bárbaro, Zorba, gracias”.
-“De nada, che ¿qué hora es?”- pregunté.
-“Las ocho y cuarto”.
-“¿Qué, vos sos loco? Chau, nos vemos” yo tenía una reunión después de mediodía y debía convencer a todo el mundo, y mi actuación seguramente no iba a ser la mejor si no dormía bien.

Bostecé un par de veces y dejé el teléfono en mi mesa de luz, me di vuelta y seguí durmiendo.

Gastón se levantó para prepararse el desayuno y vio la carta (aquélla que comenzaba con “te quiero tanto que casi es patológico” y que tanto trabajo le había costado lograr terminar de escribir) en el escritorio. De uno de los cajones tomó un sobre y escribió:
Constanza Cepeda.
Balcarce 3148.
C.P.
Tachó todo y tomó otro sobre y esta vez anotó:
Constanza Cepeda
Presente.