domingo, octubre 28, 2007

Capítulo VI: Completito

“Te quiero tanto que casi es patológico
Mentís si me decís que nunca me quisiste, quizá yo también mienta al decir te amo, pero lo creo aun yo, aunque me esté engañando a mí mismo; aunque sólo persiga una quimera”.
El primer párrafo resultó sencillo pues ya lo había comenzado a escribir un par de días antes.
Ahora solamente debía finalizar la carta, sólo debía seguir.
En su escritorio había nada más que dos hojas y una taza de café, que tuvo que recalentar en varias oportunidades porque pasaba minutos enteros sin probar un sorbo, y cuando finalmente recordaba que el café lo esperaba, nuevamente se había enfriado.
El cenicero había sido un regalo de sus padres; un hermoso cenicero de pie, de madera, de unos ochenta centímetros de alto, con lo cual, estando Gastón sentado, quedaba en la posición exacta para manipular el cigarrillo, compañero fidelísimo a la hora de lanzar unas línea sobre el papel.
Gastón nunca quiso definirse o auto-declararse escritor; siempre solía decir que lanzaba unas líneas sobre el papel, o que garabateaba unos versos, o que le arrancaba unas letras a la birome. Poco loable su actitud.
Miraba de reojo un péndulo que tenía. Extrañamente, alguna vez me supo contar como solía mirarlo para concentrarse y que le vinieran las palabras que quería escribir.
Siempre miraba ese juguete fijamente, para luego desenfocar su vista de él y así aclarar sus pensamientos.
A mí, el mismo aparatito me genera la necesidad compulsiva de que haga ruido, golpeándose las pelotitas mecánicas entre sí; pero… cada loco con su tema.



“Nunca sentí más el placer que con vos, ni mayor felicidad que a tu lado”.
Ésa fue la primera frase que lo satisfizo de la nueva parte de la carta, probablemente, porque sobrevivió y no fue inmediatamente tachada como todas las anteriores.
Lo más extraño de todo es que, por mal que sonara lo que escribía, Gastón estaba plenamente convencido de escribir la verdad, o al menos, lo que él entendía por ella.
Más extraño aún fue que Consuelo no se cruzó por sus pensamientos mientras el despilfarraba adjetivos por la hoja.
Había estado pensando en ella toda la noche anterior, todo ese día y hasta la tarde, pero en cuanto se sentó frente a la hoja en blanco, Constanza ocupó toda su atención.
Unos instantes mirando hacia arriba hicieron falta para lograr la siguiente frase.
“No sé si sos mi error más dulce, o la dulzura con la que más me equivoqué. Sólo se que tú sabor hoy me duele”.
No sé si esta última frase habrá sonado bien, pero Gastón se mostró muy contento con ella, y una vez más recordó la taza de café.
Bebió un sorbo e hizo una mueca de displacer por su temperatura; nuevamente lo había dejado enfriar. Sólo que esta vez decidió dejarlo así y no se volvió a levantar para recalentar otra taza.
Encendió el tercer cigarrillo consecutivo, tras una pequeña batalla con el encendedor, que no solía prender al primer intento.
Hizo tres pitadas consecutivas, como si las necesitara, y soltó el humo suavemente, al final de esa especie de tanda de nicotina.
Esta vez se veía más complacido con su carta que en las versiones anteriores.
“Muchas veces me duermo sólo por soñarte, muchas más me despierto tembloroso por saber que te has ido”.

A cada frase le imponía más y más fuerza, como si eso le fuera a garantizar alguna clase de éxito en su misión de recuperar a Constanza, su amor; como él solía decirle.
Mil veces intenté hacerle comprender que hay otro en la vida de ella, Joaquín y que al final de cuentas, Constanza sólo se había constituido en una especie de capricho por ser la mujer que él no podría tener. Al menos ésa siempre fue mi teoría. Él no la amaba con tanta locura como decía, simplemente debía, necesitaba amar a alguien que no le correspondiera, pues si no, ¿cómo podría ser realmente un escritor? ¿Cómo sin un amor esquivo? ¿Cómo sin un desamor?
Además podía utilizar su fachada de lastimado, herido, su máscara de sufrimiento tan irresistible para cuanta mujer hallase en su camino. Yo siempre creí que todo era una gran treta, una maquinación perfecta puesta al servicio de nuevas conquistas. Pero claro, él juraba su sinceridad, y yo, en lo más profundo de mí, quería creerle (si no, ¿para qué están los amigos?).
El hecho de haber conocido a Consuelo agregaba una pieza al juego, y aún fortalecería su actuación, ya que no sólo tendría en su haber un desamor, sino también un misterio. Y como todos saben no hay nada tan infalible como la compasión y la intriga, o su combinación en cóctel fatal.
No hay nada tan fascinante como saber que allí están todas las respuestas pero uno aún no las conoce. Saber de la existencia de respuestas que no se poseen aún antes de haber ensayado las preguntas; aún antes de haberse sentado a jugar.
Se cerraba su plan perfecto, probablemente por eso era tan importante mantener la ilusión de Constanza, mientras se espiaba la posibilidad de Consuelo.
“Sólo recuerda mi amor, y miente si te atreves a no esbozar una sonrisa al pensar en mí”.
¿De dónde sacaba la grandilocuencia que llenaba ese papel?

¿Cómo es posible que realmente tuviera intención de enviar la carta y llevar a cabo esa atrocidad?
Sólo él lo sabía; sólo yo lo cuestionaba, y el empate no me favorecía.
Que la intentara conquistar podría aprobarlo, que le enviara una carta, quizás también, que le enviara una carta como ésta; a eso me oponía, pero una vez más, estaba seguro de que iba a hacerlo.
“Sólo recuérdame y piénsame a tu lado”.
Insistía en hacerle mal. Sabía que Constanza lloraría al leerla; un poco por todo lo que aún lo quería, y otro poco (bastante más) por la violencia con que remarcaba cada una de sus frases. Como si todo el cometido de cada una de sus palabras fuera obtener una lágrima de ella.
Y ella no era mala, solamente era villana por querer a otro (¡Horror! ¡Tamaño pecado cometido!).
Sólo era vilana porque Gastón es el personaje, y quien, al menos en teoría, sufre por ello.
“Cierra tus ojos, busca en lo más hondo de ti y te darás cuenta que es cierto todo lo que he dicho”.
Lo más paradójico es que Gastón no mentía al escribirle de la forma en que lo hacía; sólo estaba cegado, pero era honesto.
Decía lo que no sentía, pero estaba total, plena y tercamente convencido de sentir así.
“Cierra los ojos y sabrás que aún me amas.
Te amo.
Gastón”.-

domingo, octubre 21, 2007

Capítulo V: Completito

Milagros abrió la puerta y saludó a su hermana con un fuerte abrazo. Pese a verse bastante seguido, solían saludarse así.
Milagros, al igual que su hermana era hermosa, como si el apellido fuera una garantía.
Sus padres solían recibir la queja sobre por qué sólo dos hijas, deberían haber seguido indefinidamente.
Milagros era un año y medio menor que Consuelo, y la relación entre ellas era muy buena. Probablemente porque vinieron desde España en una edad difícil, cuando ambas estaban entrando en la adolescencia y la necesidad de conocer gente nueva y hacerse nuevos amigos, se encontraron la una con la otra.
Tenían muchas cosas en común, aparte de la sangre. Ambas resultaron ser mujeres responsables y trabajadoras, aunque un tanto soñadoras y románticas. Como si se dividieran en dos: la parte gobernada por el cerebro, extremadamente pragmática y operativa; y la parte gobernada por el corazón, más de una vez dolida, el anverso de la anterior.
Milagros era ese tipo de mujer capaz de dejarte sin aliento de sólo saber que está cerca. Un par de centímetros más alta que Consuelo, tenía también ese misterioso poder en los ojos, inmensamente verdes.
Es prácticamente inútil cualquier intento mío por describirla, ya que seguramente no seré capaz de honrarla debidamente con mis palabras.
Milagros es la prueba viviente de que no sólo Dios existe, sino que además es fanfarrón.
-“Hola, Consuelo, ¿Cómo estás?” preguntó.



-“ Bien, ¿qué sé yo? Sí, bien”. Recién en ese momento terminaron de abrazarse y pasaron al departamento.
Se tiraron en los sillones, y se quedaron mirando sonrientes un par de segundos mientras sonaba la música de fondo en el equipo.
Por fin Milagros preguntó:
-“¿Y? ¡Anda, dime qué pasa!”
Consuelo demoró un segundo.
-“Anda, comienza a hablar mientras traigo el café” siguió Milagros.
Era muy raro que Consuelo no supiera por dónde comenzar, pero se había bloqueado.
Milagros volvió con los cafés y cuando le entregó el suyo a Consuelo aprovechó para mirarla a los ojos y soltar:
-“¿Es guapo?”
-“Sí, en verdad que sí”. Al parecer hacía falta un empujoncito para que empezara a hablar.
-“Le conocí en el bar donde nos solemos juntar tú y yo ¿sabes?, él estaba sentado a cuatro o cinco mesas de distancia, escribiendo…”
-“¿Escritor?” interrumpió Milagros.
-“Dijo que no lo era seriamente”.
-“Pero eso lo dicen todos los escritores a modo de falsa modestia o mentira dolorosa”.Sonó casi a sentencia. "Sólo los que escriben mal dicen que sí lo son".
-“Puede ser, pero en ese momento él estaba escribiendo una carta”.
-“¿Una carta? ¿A quién?”
-“A un amor; yo no sé ilusiones de qué me hago, si le escribe a un amor” Como lo dijo, parecía buscar el apoyo de su hermana.
-“Sí, pero ¿quién sabe? Probablemente es su forma de decirle adiós”. Ella entendió al instante lo que Consuelo buscaba con su comentario y se lo dio.- “Probablemente le escribía porque no te conocía, seguramente desistió de enviarla al conocerte”.
Esa clase de apoyo era la que fortalecía la relación entre las hermanas; siempre sabían qué necesitaba la otra y se lo brindaban mutuamente.
-“Conversamos cinco minutos y me fui”.
-“¿Te fuiste?”
-“Sí, al rato lo volví a encontrar y hablamos otros diez minutos”.
-“Es decir que conoces al tipo por quince minutos…” esta vez Milagros frunció el entrecejo. Ya que Consuelo estaba ocupada en utilizar su parte soñadora, a ella le correspondía mantenerse en tierra.
-“Sí, pero fue… suficiente, no me lo puedo sacar de la mente”.
-“¿Y le has dado tu teléfono o algo?”
-“Hemos quedado en vernos en el bar, este viernes a la noche”
Milagros seguía con el mismo gesto.
-“Acompáñame” pidió Consuelo.
-“¿Qué? No, de ninguna manera voy a estar allí de chaperona” se apuró a contestar.
-“Quédate en la barra, quiero que lo veas, así después podemos conversar bien sobre él”
-“Bueno, pero me debes una” dudó al responder.
Consuelo se quedó un rato largo conversando con Milagros, pero cambiaron de tema, y actualizaron los cuatro días que no se veían, hasta lograr nuevamente el conocimiento total de la vida de cada una.




Vi que eran las nueve y media de la noche, y me acuerdo bien porque era la hora del comienzo del partido, así que armé todo un snack bar en mi mesa, con toda clase de cosas: chizitos, palitos, papas fritas, salamín, queso y morcilla fría; una cerveza bien helada, una silla para apoyar los pies y ver muy tranquilo cómo nuestra selección se clasificaría para el mundial.
No me quise poner demasiado cómodo aún, porque todavía no había llegado Gastón y tendría que levantarme a abrirle.
Sonó el timbre, entonces fui a la puerta, y para mi sorpresa, Gastón había decidido traer a Lucila, su hermana, a ver el partido. Como no me avisó, mi look no me favorecía en nada, ya que ese día había evitado afeitarme, y tenía puesta la camiseta de la selección.
Encima, Gastón sabe que yo estoy enamorado de su hermana desde hace años.
Extrañamente, a Gastón no le molesta demasiado. Siempre me dice que está todo bien, total seguro que no me da bola y que si me llega a dar bola, después me va a terminar rompiendo el corazón y dejarme hecho pelota.
De cualquier manera... me tendría que haber avisado.
-“¡Hola, Lucila, pasá!”
-“¡Hola, Zorba… permiso! Nos conocemos hace mucho tiempo y nuestra relación es muy buena, claro que parte de la clave es que no sabe lo que siento por ella.
-“Pasá, viejo, pasá” Aproveché para pegarle un poco cuando lo saludé: él, sabiendo el por qué, no opuso resistencia.
El partido no fue demasiado entretenido, pero aprovechamos para conversar, y en un momento en que Gastón fue al baño, le pregunté a Lucila por el novio.
-“No, hace como dos semanas que no salimos más, es un boludo”.
- “¿Por qué? ¿Qué te hizo?”
-“¡Ay, Zorba… vos siempre tan cuida!” Claro, me veía como otro hermano.
-“Es que vos sabés, al que te lastime lo reviento ¡eh!" soné medio a broma, es que además, yo no puedo reventar a nadie.
-“¿Y vos? ¿Para cuándo novia?”
-“No, yo sigo esperando que vos me des bola” Había hecho tantas veces esa clase de comentarios, que cuando le dijera algo en serio a Lucila no me creería.
Ella sólo rió y cuando Gastón volvió, nuestra charla fue interrumpida por un gol sobre el final del partido.

Antes de irse, Gastón me preguntó:
-“Che, Zorba, ¿Qué hacés el viernes a la noche?”
-“¿Pero el viernes no te encontrás con...?” no me dejó terminar
-“Sí, por eso quiero que vengas”.
-¿Que vaya? ¿para qué? ¿Para estar de más? No, dejá nomás”.
-“No, sentate en la barra, quiero que la conozcas, así después me decís si estoy loco”
-“Bueno –dije de mala gana - ¿a qué hora se juntan?”
-“A las once”
-“No me esperes, yo voy por mi cuenta, la veo y me rajo, ¿ok?”
-“Bueno, dale, chau viejo”
-“Chau, Zorba” dijo Lucila.
Los saludé y volví adentro.
Tendría que haberle dicho a Lucila que viniera, pero no sabía si Gastón le había contado de la misteriosa Consuelo o no.
De cualquier manera, aparentemente íbamos a ser varios en el bar ese viernes a la noche. Claro que yo aún no lo sabía.

miércoles, octubre 17, 2007

Capítulo IV: Completito

Consuelo siguió caminando a su departamento, y todavía no le cuajaba la situación. ¿Por qué había ido ella a hablar con él? ¿Qué le había llamado tanto la atención?
Fumaba mientras caminaba y trataba de entender.
Se detuvo a comprar otro atado de cigarrillos. Sólo fumaba tanto cuando estaba nerviosa por algo. Evidentemente estaba nerviosa.
Pasó frente a su departamento pero no sintió ganas de subir así que continuó avanzando, dobló la esquina y se dirigió al cine.
No fue a ver un estreno sino uno de esos ciclos de películas viejas.
Tres pesos y dos filmes clásicos serían la ecuación para sacarse de la cabeza a ese muchacho de la sonrisa irresistible que la había transformado en cazadora.
La velada comenzó con un Chaplin desempleado y luchando en medio de la crisis de los tiempos modernos. Consuelo se entretuvo bastante durante esa hora y media y logró escapar un poco de Gastón.
Pero la segunda película, Cumbres Borrascosas, un filme romántico que la devolvería a sus pensamientos en aquel misterioso muchacho de la tarde. Para peor, Heathcliff extrañamente se lo hacía recordar, así que al salir de la sala continuaba sin poder borrar la imagen de su mente.
Y ya se hacía tarde y al día siguiente había que trabajar.

Nunca solía cenar demasiado, al menos cuando estaba sola, no lo hacía, entonces se preparó un té y unas tostadas y fue a acostarse aun sabiendo que sería en vano intentar dormir.



Encendió la radio para tener alguna clase compañía que le distrajera. Sin embargo Alejandro Dolina se había empecinado en contar una historia de una mujer que una vez lo abordó en un bar. ¡Maldita sea!

Dio vueltas y vueltas en la cama, hasta que al fin no aguanto más y se levantó. Cinco y media leía el reloj. Debía adelantar unos diez minutos porque a Consuelo no le gustaba llegar tarde, y acelerando el reloj de su mesa de luz, se obligaba a levantarse.
En sólo un par de horas, tendría que trabajar. Daba clases de Derecho Civil en la Universidad, era adjunta a la Cátedra y ese día ella debía dar la clase.
A sus estudiantes les resultaba difícil ver a una mujer de unos veinticinco años y tan hermosa como profesora, y la mayoría se distraía sólo mirándola. Ellas, sus compañeras, enojadas se rehusaban a tomar apuntes dictados por ESA, como solían decirle, no tan cariñosamente como suena.

Fue al comedor y se sentó a ver un poco de televisión y se enteró más a fondo de la vida de cuanto famoso anduviera dando vueltas: pudo contemplar bailes tradicionales portugueses y aprendió por qué los vikingos lograron su apogeo y luego cómo vieron su decadencia.
Creyendo que el bagaje cultural adquirido en ese rato de televisión indiscriminada era suficiente por el momento, apagó el aparato y se quedó sentada unos segundos hasta que la alarma de su reloj comenzó a sonar.
Hora de levantarse.”¡Ufa!” Siempre decía lo mismo, aunque ya estuviera levantada desde hacía rato.
Esta vez se tomó sus diez minutos, y tras unos instantes de sólo mirar las paredes, fue al baño a tomar una ducha.

En mitad de estarse bañando, le vino a la mente una melodía, y comenzó por tararearla hasta que la letra le vino a la memoria y entonces sí la canto.
“Ya no recuerdo cómo fue si me buscaste o te busqué; si me encontraste o te encontré se me olvidó.
Si me llamaste o te llamé, si sonreíste o sonreí, si me miraste o te miré, qué importa.
Sólo recuerdo que lo nuestro fue una locura”

Inmediatamente pensó en Gastón y le sonó profética la canción de Perales; sí, seguramente iba a ser una locura.
Yo me di cuenta un tiempo después que Consuelo, pero bastante antes que Gastón.
Salió de bañarse y se preparó para ir al trabajo.

Ese día, a pesar de todo, pudo concentrarse y dio una buena clase a su comisión, y esta vez hasta algunas alumnas tomaron apuntes como si supieran que algo la tenía preocupada y fueran así solidarias.
Los estudiantes varones siguieron obstinados en mirarla a ella y no a sus propios cuadernos, con lo cual la posibilidad de lograr apuntes coherentes y legibles tiende a reducirse notoriamente, y debido a esto la mayoría, la gran mayoría, desiste y sólo se dedica a mirarla. Admito que yo haría lo mismo. Y si alguno de ustedes la conociera compartiría la opinión.

Al salir de clase utilizó el teléfono de la secretaría de la Universidad y llamó a su hermana.

-“¿Bueno?

-“Hola, ¿Milagros? Habla Consuelo, me gustaría platicar contigo.